22 sept 2008

(no-)crónicas de una boda (anaranjada)

Las bodas suelen ser iguales todas. Sin importar la fe en las leyes del hombre y/o de dios, lo que se espera de toda pareja de jovencitos bien es que se casen, primero por «civil» (generalmente en la casa de los padres de la novia o el novio, una reunión pequeña, más que todo familiar, tipo coctel, etc.), y luego, por la Iglesia. Todas las novias siempre caminan hacia el altar con sus vestidos blancos de la mano de su padre. El novio de la mano de su madre. El énfasis del cura: la prevalente dulzura de la mujer, y la responsabilidad del hombre, como dios manda, como María y toda esa gente lo quieren. Padre nuestro que estás en los cielos… y los declaro marido y mujer. Anillos, jaras. Accesorios humanos prescindibles: niños tirando pétalos de rosas, un cortejo, una dama de honor. Y después, la fiesta. La fiesta que no sería la mejor parte del proceso si no hubiera alcohol y comida de por medio. Sin eso, sería más bien, mucha gente vestida de forma parecida (especialmente en el caso de los hombres) tratando de no aburrirse. Pocas personas soportarían toda la velada sin nublarse el cerebro con la bebida y sin ingerir constantemente algo de comer. Es esa la retribución para los invitados por el regalo dejado a los novios en el buzoncito de la entrada; porque, en el fondo, en este mundo, todo puede ser reducido a una mera transacción económica.


Si eres parte del cortejo, que fue mi caso, tu vestimenta va a resultar aún más repetida (traje oscuro, camisa blanca, corbata anaranjada y una florecita en la solapa), te tomarán muchas fotos, con demasiados flashes que te dejarán viendo manchas blancas en todo, por un buen rato. Fotos que, por cierto, es probable que ni siquiera llegues a ver. Si la recepción es más que todo una fiesta familiar, con algunos amigos de los recién casados, y no eres ni familia ni formas parte del circulo social de los conyugues, entonces apreciarás más aún el valor del licor y la comida (especialmente si no te dio tiempo de cenar en tu hogar porque tenías que estar temprano en la Iglesia).

En fin, muchas cosas en la vida son rituales repetidos con variaciones (expresamente) mínimas, ya que si se altera demasiado el patrón puede verse alterada la tradición y eso podría terminar en tragedia. Así que uno espera paciente que termine la fiesta y la pasa lo mejor que puede. En algún punto se deja contagiar por la alegría de la gente, alcohol mediante, y especialmente la de los novios. Es entonces cuando, después de mucha música tropical (irónicamente muchas letras de desamor e infidelidad), comienzan a poner reggaetón, a petición del selecto (y ebrio) grupo que ahora quedamos. Para que después los mesoneros recojan las mesas haciéndonos saber que el alquiler del local caducó, y que «hay que arreglarlo para mañana» porque es el restaurant del hotel. Así que, también apagan la música y recogen los equipos. Y el desconsuelo termina dando paso al sueño, y en algunos casos, a las ganas de vomitar.

Pero al final, todo el teatro parece haber tenido algún sentido porque, en la Iglesia, cuando leyeron lo que el cura les pone a leer a todos los novios, los mismos discursos pre-listos (como los tequeños), ella (la novia) lo miraba a él (el novio) como si de verdad sintiera lo que decía, aunque lo hubiese escrito otra persona lejana en algún lugar y tiempo ya lejanos. Porque durante la fiesta, en un punto en que la pista estaba totalmente vacía, ellos se pararon a bailar la canción (bastante tropicaliente, por cierto) que sonaba en el celular de ella cuando él la llamaba (probablemente la misma que sonaba en el celular de él, en el caso contrario). Porque cuando la novia entró a la Iglesia, sea por emoción o por nervios, se le notaban las ganas de llorar y sólo se tranquilizó cuando, al llegar al altar, tomo la mano de su esposo. Por eso, al final, y especialmente para los homenajeados, todo el ritual repetido vale la pena ser vivido no sólo por las fotos, el alcohol, la retribución económica, la comida gratis (gratis para ellos y para quienes no llevamos regalo, como yo), y el reggaetón. {imágenes de SergioLaboriel y misspaq}


3 comentarios:

Anónimo dijo...

O.o'
OMG!
LOL
Tienes toda la razon...
xDDDD
Es cierto, todas las bodas por muy distintas q sean terminan siendo iguales..
:P
Muy bueno tu post...
Ah por cierto, hace años q tu no visitas mi blog. Ya tengo varias entradas nuebas q requieren de comentarios expertos! xD
Nos vemos =O

Rafael Valladares de la Santa Cruz dijo...

Muy bello el final de esta entrada, me encanta cuando los cosas arrancan con humor pero al final resultan tener un detalle touching.
Yo no voy a un matrimonio desde hace ya aaaaaaaaaños, tantos que ya me provoca ir a uno.
Por cierto, lo de "letras de desamor e infidelidad" me pareció maravilloso, jajaja, de verdad que en mi boda yo prohibiría esas canciones y en cambio contrataría una orquesta muy divina y toda la noche se bailarían valses.
Mi boda sería temática tipo siglo XVII, en el campo, en alguna casa antigua y muy íntima
Saludos

Sandum dijo...

Lo habia leido en mi celular y me moria por dar uno de mis useless comentarios.... Me parece genial que a pesar de todo lo que criticas al principio (que es divertido, cabe destaar) reconoces el valor sentimental que tiene el acto en el momento... Genial! Saludos!