15 ago 2008

la efímera distinción que modela


Ellos en realidad eran un grupito de niños ricos que no se resignaban a aceptar su condición de privilegiados. Y como la mayoría eran gays, no les costaba demasiado desencajar en una sociedad que es ultraconservadora más por hipocresía que por convicción. La rebelión no es una decisión, cuando besarte con la persona que crees amar es un acto de heroísmo revolucionario. El rebelarse, en el caso de ellos, era algo inherente al ser. Claro que siempre (más allá de las fronteras del grupito) estaban los que decidían simplemente no ser, que es, al final, callar, basarse (y pasarse) la vida en un ininterrumpible asentir desganado y mimético, triste. Ellos no callaban, no importaba si tenían o no algo que decir. La playa, el sol, los cuerpos delgados sobre la arena y la marihuana, el alcohol: todos eran motivos para hablar y sonreír, para escupirle el rostro a los que no estuvieran de acuerdo. Se podía ser feliz estando al margen, más feliz que estando adentro, el único problema de marginarse conscientemente, siendo el hijo predilecto de unos burgueses millonarios, es que siempre hay que caer en cuenta que se está por encima de mucha gente, de que se tiene el poder para pasar, cual ser alado, flotando por las cabezas de los que no tienen lo que tienes tu por el simple hecho de no haber nacido en la familia en que naciste tú. Por eso no les quedaba más remedio que asumir con indiferente resignación (y con una sobrada, pero implícita, felicidad superflua) que su playa no era la misma playa que la del vulgo corriente, que su sol no era el mismo sol que le achicharraba los pelos al niño que vendía empanadas junto a ellos, que incluso su marihuana no era el mismo monte que fumaban en los barrios de Caracas. Por eso a Rodolfo no le quedó más remedio tampoco que asumir con buena voluntad que su vuelo hacia Europa salía en dos días, quisiera o no; que los castigos que le imponían sus padres no eran castigos ni para el más imbécil de los hijos reales de algún noble inglés; que sus malos ratos siempre se ahogaban en cerveza importada o en la espuma de alguna champaña, exquisita por lo inaccesible (y no al revés, como podría suponerse). Sus padres le habían comprado un boleto de avión sin retorno, si, luego de haberle descubierto inhalando un extraño polvito blanco. Entonces lograron entender muchas cosas. Por eso los ojos casi permanentemente rojos y vidriosos; por eso (Rodol)Fito dormía más de la cuenta siempre que fuese de día. Rodolfo sólo cumplió, pese a la apatía que le dejaba el trasnocho, con entregar su orine en esos recipientes cilíndricos de plástico y tapita de color. La misma apatía de cuando arremetieron contra él, papelito de los resultados en mano, sus siempre impecables padres; Rodolfo pensó en justificarse, decirles que necesitaba drogarse para pensar mejor, que sólo así fluían sus ideas adecuadamente, que la inteligencia se le agudizaba y las palabras le brotaban de las yemas de los dedos y se pasaban directamente al teclado, que era una herramienta para fines superiores incomprensibles para cualquier mortal (limpio), que la belleza a la que le daba acceso no era normal. Pero no dijo nada, aceptó resignado algunos gritos de la madre, la decepción del padre, algunas lágrimas de ambos. Todo en silencio. Aceptó un boleto de avión sin regreso y alejarse de todo, y volver solo cuando pudiera mantenerse limpio y fuese un muchachito de bien; prometió cambiar como había prometido alguna vez dejar de ser gay a cambio de un carro que a las semanas chocó contra alguna pared grafitada. Aceptó resignado la desgracia de saberse vacío, la insuficiencia de los carros, de los apartamentos regados por el mundo, de la plata y de la casa inmensa heredada, de las mismas drogas y del colchón de cualquier hotel, usado por él hasta el hastío con cuerpos diferentes en momento diferentes y al mismo tiempo. Aceptó dejarse llevar por los aires hacía un destino siempre conocido, ser recibido por los brazos de algún familiar lejano, irse huyendo de la casa de aquel y terminar muerto, sin un zapato, tirado sobre el alquitrán de alguna ciudad europea. Porque hasta en la muerte la distinción era inmensa, y el suelo del malandro baleado no es el mismo suelo del niño intoxicado que fue enviado por sus padres a Europa con la falsa pretensión (que oculta siempre la flojera de hacerse cargo de sus propios problemas aquí y ahora) de alejarlo de todo lo malo que lo estaba corrompiendo, siendo (y sabiendo) que todo eso malo lo llevaba el mismo muchacho por dentro. Lástima para él, y especialmente para sus padres (aunque, a dios gracias, se pudieron ahorrar el bochorno e inventar excusas creíbles amen de la distancia) que al final, aunque en su causa y desarrollo sea distinta, la muerte en su efecto siempre es igual, sea aquí o sea allá. {foto de artilaria}

3 comentarios:

Sandum dijo...

Comienzo a cansarme de tanto echarte flores! Sin embargo puede decir que es una lectura impecable que hasta me dio envidia (de la buena) y todo... Una nueva faceta eh? Me gusta... Solo hay algo para objetar, pero me da penita, luego te mando un correo ¡Saludos!

..... dijo...

great blog too !! lovin it

The Mars Ocean Project dijo...

realmente muy interesante! en serio te luciste!

me gustò tu forma de tratar al niño rico corrompido por el abandono de sus padres y los lujos desorbitados!

buen post (Y)

Bye_!