[…] en nuestro estado de agotamiento, queremos la paz a toda costa, y como el evangelio de aceleración no nos ha traído progreso moral sino material, nos aferramos desesperadamente a este beneficio tangible. Cueste lo que cueste, pedimos un trabajo permanente, un salario asegurado y una existencia protegida; y para alcanzar estos beneficios, bien podemos estar dispuestos otra vez, como lo estaban los contemporáneos de Hobbes, a confiar nuestros destinos a quienquiera que prometa cuidar de nosotros.
Resumiendo, el pensamiento de Sartori se puede entender como la defensa a ultranza de la democracia liberal y el rechazo absoluto a la renuncia de las libertades individuales, al abandono de sí en función de la gratificación material, de la inercia indiferente o de un totalitarismo autoritario. En el libro Aspectos de la democracia, después de dar un largo repaso por lo que es la democracia, lo que debe ser la democracia (que nunca corresponde con lo que es, pero que debe tenerse siempre presente como parámetro guía del quehacer político) y lo que ha sido efectivamente la democracia a través de la historia, Sartori nos advierte que hay que tener cuidado de no confundir las cosas, al rechazar lo que ha sido la democracia hasta ahora en cualquier sociedad concreta no debe llevarnos a rechazar la democracia en tanto prescripción social y política; asimismo, debemos saber que, comprobado empíricamente, la democracia no puede ser más que democracia representativa aún cuando siempre existan y deben existir mecanismo necesarios para que el pueblo acceda y controle el poder que lo gobierna. Tener esto en cuenta evitara que demos la espalda conscientemente al concepto de democracia (con sus libertades implicadas) y nos encaminemos hacia su anverso, la autocracia; o que inconscientemente, en la búsqueda desaforada del poder del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, el autogobierno nos lleve a derroteros distintos, sin nada parecido a la autonomía: el anverso de la democracia siempre es el mismo, aún cuando lo que se busque sea la radicalización de la propia democracia, a saber: la autocracia.
Es bueno tener en cuenta estos planteamientos en los debates políticos en la Venezuela de hoy, cuando se habla de autonomía, por ejemplo, de los Consejos Comunales siempre que aquellos son totalmente dependientes para su existencia y funcionamiento de una Comisión Presidencial, centralista, que en teoría vendría a propiciar la autonomía y la desconcentración del poder, pero que va en contra del principio de descentralización que reza la Constitución de 1999. Esta supuesta autonomía y desconcentración que queda plenamente justificada por algunos fanáticos que defienden el altruismo y la bondad casi infinita y totalmente desinteresada del líder del actual proceso venezolano y Presidente de la Republica, encuentra así graves problemas que podrían desembocar en la desorganización generalizada a nivel nacional, el particularismo de cada región sin tomar en cuenta su entorno inmediato, municipal, estadal y nacional; y la total desarticulación del sistema de planificación nacional que asimismo quedaría como un bonito plan teóricamente bien planteado pero imposibilitado de llevarse efectivamente a la práctica o por lo menos, no con la incorporación efectiva de las propias comunidades. Asimismo, ¿qué pasaría con esa autonomía cuando al actual Presidente ya no este? En ese caso, tal como esta la situación, los consejos comunales dejarían de existir o por lo menos, tendrían que cambiar la forma en la que se han institucionalizado hasta la actualidad. Así pues, la advertencia va, por ejemplo, para los que abogan por la eliminación de los Consejos Locales de Planificación Pública como instancia de intermediación entre la planificación a escala nacional y las necesidades comunitarias manifiestas a través de los consejos comunales. Se este de acuerdo con Sartori o no, es un hecho comprobado que el principio de representación es inherente a la democracia para que ésta sea verdaderamente democrática y no mero discurso, asimismo, la democracia es por definición política y socialmente liberal (lo que es diferente al liberalismo económico). Si queremos una democracia participativa y protagónica hay que buscar e instituir medios, instrumentos y mecanismos de intermediación que permitan hacer llegar al Estado las demandas de los ciudadanos y los controles y exigencias de estos sobre aquel; debemos rechazar toda forma de dependencia personalista, de centralismo o de participación tutelada. Si buscamos construir un Estado “distinto” no podemos dejar sólo en manos de un solo hombre las riendas de los cambios y la ejecución de los mismos, o de lo contrario con ese hombre se irá todo lo que hayamos alcanzado.
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