Yo se, al final, que dejarte ir es más que eso, es perderte, a ti y todo lo que significas. Al final, cuando todo cambia (porque todo cambia e inevitablemente también nosotros cambiamos), dejamos en el camino cosas que queremos, sin querer, perdemos lo que después más extrañaremos. Tu me conoces, sabemos que me conoces, y sabemos lo bien que yo te conozco a ti. Sabemos lo difícil que es decirnos adiós, tanto para ti como para mí. Desde el adiós que se suponía definitivo, cada despedida es como un raro ritual en el que nunca sabemos como actuar, en el que nos sentimos incómodos con esta nueva forma de alejarnos uno del otro, con esta “amistad”, que en realidad no es (solo eso) lo que tu quieres y que en realidad yo siempre supe que era imposible de mantener después de todo, pero que convenimos intentar. Decir adiós, se hace horrible por eso: es un alejamiento progresivo, y tu lo sabes y yo lo se. Después del que se suponía el adiós definitivo, cada adiós se hace tortuoso. Es esa la realidad que nos da miedo: ese adiós definitivo no existe. Nos perdemos a cada momento un poquito más y a lo que nos enfrentamos es a la imposibilidad de sacar la parte de mí que aún esta en ti y la tuya que siempre estará en mí.
23 feb 2008
epilogo
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