Las clasificaciones sociales (binarias o no) se llevan inscritas en los cuerpos: cuerpos sexuados, cuerpos decorados, cuerpos manipulados. A partir de los cuerpos se definen las categorías. (A partir, por ejemplo, [volvamos atrás] de la presencia o no de cierto órgano entre las piernas, los seres humanos entramos en el juego dicotómico de ser hombre o ser mujer.) Pero más allá de las taxonomías excluyentes de dos únicas categorías, aquellas institucionalizadas y que se legitiman a través de la práctica social cotidiana, está la otra forma de taxonomizar el (nuestro) mundo y la gente que en él co-existe: las clasificaciones biologicista. O sea, aquella en donde entran en juego más de dos categorías, lo que hace que estas clasificaciones sean mucho más complejas, así como más dinámicas y más frágiles porque deben (y así pasa) reactualizarse con el transcurrir del tiempo, y en cada contexto particular. Entonces, así como las taxonomias binarias dividen el mundo en dos grandes grupos opuestos; dentro de dichos grupos, insertos en las relaciones entre los individuos y sus percepciones de los otros (y de los nuestros), se configuran categorías que nos sirven para simplificarnos la tarea de ahondar en lo que es cada quien como individuo. Como las etiquetas que cuelgan de un cordoncito de los fósiles en las vitrinas de los museos, son los tatuajes que, no siempre visibles, nos definen como parte de un grupo, de un clan, de una tribu, como perteneciente a un estereotipo-molde que se repite cientos de millones de veces, consciente o inconscientemente.
Una señora “especialista”, dando su opinión para un periódico equis, decía que los grupitos-tribus de niños emos servían como forjadores de identidad en las etapas adolescentes. Los emos, como los góticos, como los punks, como los tukis, como los fashionistas, como todos los demás, son una invención de una sociedad joven (o no tan joven) que no se encuentra a sí mismo y por lo tanto, no encuentra que hacer con sus vidas (aunado al provecho que de ello sacan, las tiendas que los visten y las cadenas de tv que les dicen qué escuchar). Bill Murray le dice en Lost in translation a una Scarlett Johansson perdida, que mientras más sepas quien eres, más sabrás lo que quieres y las cosas te dejaran de alterar tanto. Pues bien, eso lo queremos todos, y estos niños emo(tivos?), por ejemplo, se ponen tristes y muestran orgullosos las cicatrices en sus muñecas (o se limitan a poner caras de depresión en los centros comerciales, con sus pollinitas desrizadas dejándolos tuertos) para conseguirlo. El entrar en un molde, en una categoría dentro de la grandes taxonomías policromáticas, nos permite sentir que somos parte de algo mayor, de algo que tiene sentido por el mero hecho de existir. Entonces nos decoramos, nos tatuamos, nos ataviamos, nos operamos, nos ejercitamos, nos trasvestimos, nos maquillamos, y de esa forma entramos, queriéndolo o sin querer, en algún molde a través de la performatividad de nuestros cuerpos, que conlleva, claro, todo un estilo de ser y de vivir. Y de esa forma, a veces también nos excluímos, nos marginamos, pero que todo es parte del mismo juego.
Remitamonos, finalmente, al tema con que concluye el post anterior: el mundo escindido (no por obra y gracia del espíritu santo) en homosexuales y heterosexuales no termina su ramificación ahí. Como un pulpo, cada tentáculo tiene su nombre, a cada parte le corresponde un poquito más o un poquito menos de luz. Porque el problema de las taxonomías (dicromáticas o multicolores), y es este el meollo de todo el asunto, es que se te incrustan en los sesos sin preguntar y sin avisar, lo que hace de la tarea escapatoria una misión casi imposible. Así, caen en el juego de separar y oponer hasta los que tienen la partida perdida antes de empezar a jugar; cuando al gay aquel, tan pintoresco él, le parece un absurdo la cuestión de la bisexualidad (porque se es gay o se es straight), tanto como le parece al macho vernáculo (porque se es macho o se es mariquito), ambos están dividiendo el mundo en dos categorías exclusivas, en dos cuartos separados: uno con vatios y vatios de iluminación y el otro en la penumbra total. Por eso, al final, las taxonomías multicolores, por más que encierren, siempre tienen la posibilidad escondida de liberar, de distribuir la luz entre más espacios contiguos, porque en el fondo siempre ocultan ansias de diferenciar y hambre de diversidad que, por muy estereotipantes que sean, logran darle nombre e identidad a las especies grises que se quedan fuera de las taxonomías dicromáticas y sus categorías hegemónicas.
3 comentarios:
Supongo que has de andar super bien con el asunto de tu tesis, por que demás esta decir, que esta pieza te quedo excelente... De verdad que para mi proxima premación -si es que llega otra-, subiras muchisimos peldaños, o quizás no aparezcas, por que definitivamente esto es muy diferente al resto de mis enlaces... Saludos!
jejeje...
gracias... creo
Muy buen blog, te sugiero usar letra mas grandecita porque a veces es algo complicada la lectura. En cuanto a tu post, pues es claro que las clasificaciones son lo mas harto que hay... sobre todo cuando algo no cabe en ninguna de ellas. A pesar del contexto religioso recuerdo un cuento que alguna vez lei "El cura pregunta a la niña Si todas las personas malas fuesen de color negro y todas las personas buenas fuesen de color blanco como seriamos nosotros? - A rayitas padre, a rayitas!"
Que la pases bien, si quieres visita mi blog ok?
Quike
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