2 ago 2008

expectativas, caídas y aprendizajes (y un poquito de masoquismo)

El problema de esperar algo del "exterior" es que se corre el riesgo de no recibir nada, o de recibir lo contrario: se pone en juego la decepción. Y, ya sabemos, a mayor altura alcanzada más rápida, fuerte y dolorosa será la precipitación. Por eso cuando esperamos, y mientras más esperamos, al mismo tiempo nos exponemos a salir heridos, pero aún así seguimos, no renunciamos a nuestras expectativas o las renovamos, porque sin riesgo no hay emoción y sin dolor no hay satisfacción. (Hay que caerse para experimentar la emoción de levantarse y la satisfacción de caminar erguido.) Esperar se hace necesario, aunque nos duela, aunque implique una total exposición. La solución, que sería no esperar nada de nada ni de nadie o sólo esperar cosas de uno mismo y solamente de uno mismo (lo cual creo que no sería estrictamente “esperar”), es una ilusión. El individualismo es imposible en ese sentido, el aislamiento total es una quimera: no podemos aferrarnos a lo que está adentro de nosotros y nada más, no porque sea malo sino porque no es posible. Así, la decepción es parte de la vida como lo es un dolor de estomago, las cicatrices en la rodilla que dejan los juegos de niños, la cola en el banco, la pornografía o su concomitante masturbación. Al final, no importa cuánto queramos, siempre vamos a esperar algo de alguien, y algunas veces saldremos decepcionados; y más aún, muchas veces vamos a esperar cosas que sabemos que no vamos a recibir solo por el hecho de arriesgarnos a ver qué pasa, etc. Porque así somos. Porque si la vida, como dicen, es una constante búsqueda de la felicidad eso implica que es también, por definición, una huida de la felicidad, porque en el momento en que fuese alcanzada, plenamente y sin más para donde agarrar, entonces la vida dejaría de ser (lo que es), ya no sería vida, y, ya sabemos, lo que no es vida no debe ser bueno (es significativo que por mucho que las iglesias, los templos y sus mandarinos nos tratan de convencer de las bondades post-mortem, nunca nos hablan realmente de muerte, nos hablan, con ciertas variaciones en la jerga, de vida después de la vida). Por eso nos arriesgamos a esperar algo más allá de lo que se nos ha dado, por eso seguimos creyendo en cosas, por eso no soportamos la calma de los largos silencios aunque hayan dejado de ser incómodos y tenemos que romperlos, por eso sentimos la necesidad inconsciente de interrumpir las cosas cuando son demasiado perfectas, por eso nos abrimos cicatrices en el cráneo aprendiendo a manejar bicicletas que nunca manejaremos. Porque, además de que somos un poco masoquistas, es necesario para aprender, para crecer, para no aburrirnos, para no aturdirnos con tanta inercia y con tanta monotonía.

3 comentarios:

Sandum dijo...

Totalmente de acuerdo, dimelo a mi que he dejad pasar muchas opoirtunidades por seguir en la emoción de la busqueda, creo que eso es la vida, ciertamente... Saludos!

Anónimo dijo...

Muy buen post. Tienes mucha razón en lo que dices, nunca debemos cansarnos de buscar (o de huir).

juli ruiz dijo...

heeey gracias!
totalmente recomendable bs. as. argentina para salir, a ver cuando te venis!
besitoo