7 feb 2008

La "misión" de la cultura

El otro día pasaba por la sede de Misión Cultura y, como tengo que hacer una investigación sobre las políticas culturales que se están impulsando a nivel local y estadal, decidí entrar a solicitar la información que desde hace días tenía que haber compilado pero que no había tenido tiempo de hacerlo. Dicha sede es un lugar extraño, es como una galería que adorna (o pretende hacerlo) la calle en la que se ubica dejando verse a través de un gran vidrio que la deja descubierta en parte. Y no pasa de ser eso: un adorno inútil, desperdiciado para verlo desde afuera, sin ninguna intención de mostrarte nada en sus adentros, sin ninguna intención de abrirte las puertas siquiera, sin ninguna intención de servir para algo realmente. Así que al entrar te consigues con un montón de gente sentada en medio del salón sin hacer nada más que conversar entre ellos, echarse aire con las manos y verse a las caras como si en la vida no tuviesen absolutamente ningún oficio. Para la sorpresa de uno, y para ratificar lo antes dicho, la inservible existencia del pobre sitio, las paredes que no son vistas desde afuera están totalmente desnudas. Los señores y señoras que esperan no se qué, sentados en sus sillitas plásticas en pleno lugar, te miran de repente, con una expresión que me pareció pareja entre la sorpresa y la indignación: La sensación de que has irrumpido en un sitio prohibido, de que has interrumpido la feliz vida de aquellas personas, es inevitable. Es inevitable pues sentir cierta incomodidad. Es impensable pues entrar a aquel lugar a apreciar los cuadros o cualquier objeto que allí se exponga, a menos de que la mirada inquisidora de aquellos honorables funcionarios de la gestión cultural, no te moleste en absoluto, haciendo del lugar, más aún, (ratificando nuevamente lo dicho antes) algo inservible, un desperdicio de presupuesto, espacio, etc. Pero bueno, a lo mío, yo no he venido a apreciar ningún cuadro ni nada por el estilo (y ante tal recibimiento se me quitaron las ganas de siquiera planteármelo), yo he venido a solicitar mi información:

–Buenas tardes. Disculpen –dirijo mi mirada al tipo gordo más próximo a la puerta–. Buenas –saludo de nuevo porque tengo un problema con los saludos: suelo repetirlos– soy estudiante de la UDO… vengo porque estoy haciendo una investigación sobre políticas culturales que se están llevando a cabo en la ciudad, y en el estado… Entonces a ver si me pueden facilitar una información… y eso…

El tipo al que miraba asentía con la cabeza con cierta levedad e indiferencia, mientras los otros solo me observaban, desde sus asientos, postrados ante la inercia de sus días vacíos y el odio a sus respectivos trabajos. Y mientras más hablaba yo, y como si me hubiese equivocado de lugar, sus caras se tornaban cada vez más desconcertadas, sin dar respuesta alguna.

–Eh… ¿ahorita? –algo así me respondió finalmente el señor gordo–… Bueno, ahorita no creo… sabes… es viernes en la tarde… –completo el señor gordo. Su cara de desconcierto era, como dicen, un poema. Casi incrédulo ante mi “exigencia”. Tan inexplicable era para el hombre que yo fuese a “buscar una información” precisamente en ese momento (era viernes + viernes en la tarde + viernes antes de carnaval), que logro hacerme sentir a mi, que solamente quería una información que no le quitaría a nadie más de media hora darme, como un completo loco ante mis pretensiones de acabar con la paz de esa pobre gente que solo había ido a su trabajo hoy esperando encontrar un poco de tranquilidad, holgazanería y tertulia entre camaradas compañeros y compañeras.

–Pero, por lo menos, para saber si manejan esa información, etc. –digo después yo, el loco.

–Ah, si, pero te tendrás que pasar otro día pues… El miércoles será, porque no trabajamos ni lunes ni martes… –dijo el responsable señor.

–Si, claro. No hay problema… Pero y ¿con quien podría hablar? ¿el nombre de alguien encargado o algo así?…

–Bueno, es ella… Fulanita de Tal –dijo finalmente el tipo para colmarme de felicidad, señalando a su derecha una mujer sentada en otra sillita plástica, idiotizada y sin hablar, viéndome.

Yo, tan demente, queriendo interrumpirle la tarde a aquella mujer que probablemente tenía una vida ajetreadísima y que trataba de despejarse un poquito en su trabajo. Yo tan mal nacido pretendiendo que la mujer abriera la boca y me buscará algunos papeles en sus archivos para darme una información cualquiera. Yo, maldito loco, pretendiendo que la mujer se levantara de su cómodo asiento para que yo termine (o comence) una pobre investigación para una pobre materia para ver si me termino de graduar al fin.

–Bueno, esta bien… Yo paso después entonces… ¿el miércoles? ¿en la tarde? –dije yo al final.

–Nooo. No, abrimos en la mañana… mejor pasa en la mañana –dijeron casi al unísono.

Si, es que en la tarde da flojerita trabajar, supongo.

–[Pues] Gracias –ya para despedirse uno, agradeciendo la ineficiencia en la vida–… Chao pues.

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