Cualquiera que sea de (o viva en) Venezuela sabrá lo que es la Ley de Responsabilidad Social de Radio y Televisión (Ley Resorte o Ley Mordaza o como quiera llamarse) que, con sus cosas buenas y malas, fue promulgada hace ya algunos años en el país. Entre las exigencias de esta ley ordinaria está que deben censurarse cosas, palabras, acciones, etc. que puedan resultar ofensivas para los usuarios, contrarias a la moral y a las buenas costumbres (por muy abstracto que esto pueda resultar), etc. Ejemplifiquémoslo para que se entienda mejor. Si en televisión alguien dice “mierda” (ojo: siempre que no sea el Presidente de la Republica –¿será ésta una de sus prerrogativas?), ésta palabra debe ser censurada, es decir, sustituida por un prudente y breve silencio o por un desagradable pitico; si alguien dice “puta”, lo mismo; si dos personas se enfrentan de forma explícitamente agresiva y violenta, esta parte debe ser editada; y así, etcétera, etcétera. Todo esto, claro, en el horario que se ha venido a llamar “todo usuario”, partiendo de la asunción de que los niños y niñas se encuentran en una condición mucho más vulnerable ante este bombardeo audiovisual y por lo tanto, debe tenerse extremo cuidado con lo que se les muestra (y enseña).
Hace un rato estaba yo acompañando a mi hermana que veía una novela mejicana en un canal nacional, cuando uno de los personajes (un tipo bastante maduro, de barba y barriguita pronunciada) hablo acerca de su homosexualidad, y, ante mi sorpresa e indignación, la palabra que utilizó (“gay”, para ser exactos) fue censurada con el silencioso vacío del que hable antes. Un silencio prudente y apropiado que sirve para tapar lo feo que tiene nuestra sociedad. Porque nadie quiere que su hijo o hija aprenda a decir groserías a través de la TV ¿o si?, nadie quiere que su hijo o hija presencia una permanente exaltación de la violencia ¿o si?, así pues nadie quiere tampoco que su hijo o hija vea que existen gays, lesbianas, transexuales, transgéneros, bisexuales, etc., porque después podrían desviarse y tomar caminos distintos a los que dictamina la normatividad heterosexual… y pues, nadie quiere eso ¿verdad? Así, se oculta lo malo para evitar, en lo posible, su diseminación en las nuevas generaciones. Pero nótese que el problema que se viene a tratar aquí no es la discusión de la influencia efectiva que los medios tienen sobre niños, niñas y cualquier ser humano, eso es otro tema muy distinto, aquí de lo que se está hablando es de la clara evidencia de una profunda homofobia que reina en nuestra sociedad, en nuestros medios, en nuestra realidad. Por ello, el deliberado mutismo del televisor no puede resultar menos que ofensivo para cualquier gay. Es decir, es que ¿no existimos? O es que ¿somos una incomoda realidad que debe ser omitida para que no se siga extendiendo? Lo que demuestra esto es la forma en que la sociedad y sus portavoces entienden la homosexualidad: desde un ojo clínico, como si fuese una enfermedad, y a través de los lentes de una moral religiosa que muchas veces peca de ridicula y vacía. Esta visión degradante de nuestra opción (u orientación, como se quiera) sexual la comprobamos cuando en TV el tema de la homosexualidad se trata como problemática socio psicopatológica –de donde viene, como puede curarse, y cosas por el estilo, con psicólogos, médicos, curas y demás en el panel… en dichos casos (y sólo en dichos casos), vemos como si está permitido hablar abiertamente de esta condición “anormal” y “antinatural”. Es decir, se nos nombra solo para estigmatizarnos y patologizarnos, y para buscar salidas al problema que se supone representamos, de resto: el silencio o el pitico.
Debo confesar que no veo mucha televisión (y menos nacional), pero esto es lo que acabo de ver y me ha llenado de indignación, así que he corrido a decirlo por los medios que tengo para expresar mi humilde opinión. Asimismo, confieso que la famosa Ley sólo la he leído superficialmente así que no puedo asegurar que la homofobia venga de los caudales de esta “revolución” que se dice progresista o del propio canal y de su interpretación de la palabra escrita. En fin, venga de donde venga, así están las cosas en nuestro mundo, en nuestro país, aunque a veces pareciera que todo está mejor y sigue mejorando, seguimos siendo esta cosa que no debe ser pronunciada delante de niños y niñas por temor a que ellos y ellas se desvíen del camino que previamente sus padres, y todo su entorno, se ha encargado de trazarles (con todas las consecuencias que esto implica para el niño transgresor).